
La Dama que nació entre ruinas: el origen de la Catedral de Segovia
En 1525, el obispo Diego de Ribera levantó la esperanza de una ciudad devastada, iniciando la construcción del último gran templo gótico de España.
A comienzos del siglo XVI, el aire de Segovia olía a pólvora y a incienso. En el corazón de la ciudad, al pie del Alcázar, se alzaba la antigua catedral románica de Santa María, una iglesia poderosa, gruesa, defensiva, como las fortalezas que la rodeaban. Pero las guerras comuneras lo cambiaron todo.
Corría el año 1520 cuando las tropas del rey Carlos I y los rebeldes segovianos se enfrentaron bajo el mismo cielo castellano. El Alcázar fue tomado, las casas ardieron… y la vieja catedral, que se apoyaba en las murallas, quedó prácticamente destruida.
Cuando el humo se disipó, los segovianos vieron los escombros de su templo y, con ellos, el orgullo herido de una ciudad que había sido corte y cuna de reyes.

Una decisión valiente
El obispo Diego de Ribera, hombre de temple y ambición, propuso algo impensable: construir una nueva catedral.
Pero no en el mismo sitio —no junto al Alcázar, donde la guerra podía volver—, sino en el corazón de la ciudad, en lo alto del arrabal mayor, donde hoy se levanta la Plaza Mayor. El Cabildo, los canónigos, los maestros canteros y hasta los vecinos discutieron durante meses. Algunos decían que era una locura levantar una catedral tan lejos de las murallas. Otros veían en ello una oportunidad: un nuevo comienzo. Finalmente, el obispo venció la resistencia con una frase que se hizo célebre entre los documentos del archivo: “Más vale que Dios esté en medio de su pueblo, que a las puertas del enemigo.”
Así se colocó la primera piedra el 8 de junio de 1525, con solemne procesión, cantos, incienso y repique de campanas. La vieja Santa María fue demolida piedra a piedra, y algunas de sus columnas y portadas se reutilizaron en la nueva obra, como si la catedral antigua quisiera renacer dentro de la nueva.

La construcción: una obra de fe y paciencia
El maestro Juan Gil de Hontañón, uno de los grandes arquitectos del gótico castellano, fue el encargado del proyecto. Era la época en que el Renacimiento ya asomaba en Italia, pero Segovia, fiel a su carácter, quiso un último gran templo gótico, luminoso, vertical, casi celestial. Hontañón diseñó una catedral de tres naves amplias, con girola y capillas absidales, elevadas bóvedas de crucería y un ábside que parece flotar sobre el empedrado. Tras su muerte, su hijo Rodrigo Gil de Hontañón continuó la obra, y durante más de un siglo se fueron sumando manos, piedras y plegarias. Cada bloque de piedra fue extraído del pinar de Valsaín, y arrastrado por bueyes hasta la ciudad. Los tallistas y escultores trabajaban al aire libre, bajo la nieve o el sol, esculpiendo capiteles, ángeles y tracerías que aún hoy parecen recién cinceladas. Los segovianos donaban dinero, materiales o incluso jornadas de trabajo, convencidos de que su catedral era algo más que un edificio: era su alma colectiva.

Un campanario hacia el cielo
El 16 de agosto de 1614 se colocó la aguja del campanario, una maravilla de madera recubierta de plomo que elevaba la torre hasta los 108 metros, convirtiéndola en una de las más altas de España. Se decía que, en los días claros, podía verse desde decenas de leguas de distancia, como un faro de fe.
Pero el 18 de septiembre de 1614, apenas un mes después, un rayo la destruyó por completo. El estruendo fue tal que muchos creyeron que era el fin del mundo. Durante siglos, la torre permaneció más baja, coronada por una cúpula de piedra que hoy reconocemos como su silueta característica.

La Catedral de Segovia no se terminó oficialmente hasta 1768, más de dos siglos después de aquel primer golpe de cincel. En su interior se guardan reliquias, tapices flamencos, pinturas de escuela castellana, el retablo mayor dorado y un coro de nogal tallado que parece respirar. Pero lo más impresionante ocurre al atardecer, cuando el sol se esconde tras las montañas de Guadarrama y la piedra dorada se tiñe de rosa. Entonces, el visitante comprende por qué la llaman la Dama de las Catedrales: no hay nada más sereno, más elegante, más segoviano que esa mezcla de piedra, luz y silencio.
“Cada piedra de la Catedral de Segovia guarda una historia: la del fuego que la destruyó, la fe que la levantó, las manos que la moldearon.
No es sólo un templo: es el latido de una ciudad que, entre guerras y esperanzas, aprendió a construir belleza desde las ruinas.”
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